domingo, 10 de marzo de 2013

El sanador de almas.


Una fría mañana de Marzo llegó a un pueblo un extraño forastero. Iba ataviado con una capa y un sombrero, y deciase que curaba los aspectos malvados del alma, haciendo más pura a la persona. Un par de hombres avisaron al sacerdote del pueblo de que una persona no católica relataba que contaba con esos poderes que son exclusivos de los religiosos.
Los tres hombres llegaron a la plaza, donde el hombre relataba a unos jóvenes antiguas historias vividas por toda la península, relatos de supervivencia en bosques perdidos, en montañas con criaturas acechándole en las sombras. Los jóvenes escuchaban atentamente sin perder ni un ápice de concentración en las historias del hombre de la capa.
Los tres hombres cogieron al extranjero y lo llevaron a la casa del sacerdote con intención de que les demuestre sus capacidades.
-Yo soy sacerdote, estoy en comunión con Jesucristo, la Iglesia me ha otorgado el poder de sanar las heridas del alma, los pecados que la carne impura del ser humano realiza, de forma que cuando mueran puedan reunirse y vivir junto al Señor en su reino.
El extranjero estuvo unos segundos pensando, y llegó rápido  a una conclusión.
-No has entendido nada señor, el alma no puede ser reparada ni liberar de los pecados al hombre. El alma es independiente al resto, siendo solo propiedad de la persona que es la que puede conocerla y cuidarla. Tú no puedes curar nada, y yo tampoco. Yo escucho los problemas de la gente, les invito a contarme lo que la parte más oscura de su alma no quiere mostrar a nadie y a la vez lo necesita para que no la consuma. Y  escucho esas palabras e intento hacer que esa persona vea el fallo de modo que por su cuenta y teniendo claro lo que hace pueda sanar su alma. Usted es un hombre egocéntrico, he oído de la gente que usas el poder que supuestamente te ha otorgado Dios a tu voluntad y amenazas a la gente con el Infierno o la excomunión. Usted tiene el alma sucia  llena de pecados que ningún Dios jamás podría perdonarle por muy benevolente que sea. Ahora que sé cuáles son tus problemas, te doy mi consejo. Abandona la religiosidad  no puedes pertenecer a un organismo que pretende ser puro y conciliador en la humanidad teniendo un interior tan oscuro. Exiliate a un monasterio en el bosque durante tres años. Siente la naturaleza, pide perdón todos los días por tu errores pasados y da gracias por ese nuevo día. Siente verdad de tu corazón, la verdad en tu mirada. Cuando sientas que eres lo bastante puro como para compartir tu día a día con otras personas, vuelve al pueblo. Una vez estés aquí devuelve a todo el mundo tus malos hábitos anteriores, pide perdón y compensa a la gente que hiciste daño. Dedícate a los demás, y no intentes que los demás se dediquen a ti. Mantén tu alma pura.
Ese mismo día el sacerdote abandonó la Iglesia y desapareció del pueblo. Las gentes estuvieron semanas preguntándose el porque de su marcha. Los hombres que le acompañaron con el extranjero simplemente respondían que había ido a recuperarse  a pedir perdón y a perdonarse. Nunca volvió a vérsele en ningún pueblo de los alrededores.
Algunas gentes decía que nunca pudo llegar a sanar su alma y murió solo y triste, como redención e todos sus errores. Otras personas decían que idolatro tanto a la naturaleza que pasó a formar parte de ella, que podías ir los domingos  a los bosques cercanos al pueblo y escuchar como seguía dando la misa para los espíritus del bosque. Esta leyenda paso de generación en generación, hasta que al final se pensó que ese hombre ataviado de una capa y un sombrero nunca existió, que simplemente apareció ante las personas con el alma sucia. Solo una aparición que les señalaría el camino, solo un espíritu que quería la paz en los corazones de la gente.
Manu.